En los bulliciosos salones de las Academias Nacionales de Ciencias, Ingeniería y Medicina, en el centro de Washington D.C., se desarrolla un debate pionero. La atención se centra en una técnica revolucionaria conocida como gametogénesis in vitro, o IVG, que promete cambiar la faz de la medicina reproductiva.
Desentrañar la IVG
Dirigida por el Dr. Eli Adashi, especialista en biología reproductiva de la Universidad de Brown, esta monumental reunión pretende arrojar luz sobre el proceso de la IVG. Esta técnica está a la vanguardia de la ciencia reproductiva, ya que tiene el potencial de transformar cualquier célula humana en un óvulo o espermatozoide en un laboratorio. En palabras de Adashi, la FIV, un procedimiento que ha cambiado innumerables vidas, «probablemente nunca volverá a ser lo mismo» una vez que se realice la IVG.
Mientras que la aplicación humana sigue en el futuro, la comunidad científica está electrizada. En concreto, investigadores japoneses ya han logrado la IVG con ratones, e incluso han utilizado el esperma y los óvulos sintetizados para dar a luz crías de ratón sanas.
«Estamos en la vía de trasladar estas tecnologías a los humanos», comparte Mitinori Saitou, de la Universidad de Kioto. Ha logrado la creación de óvulos humanos rudimentarios a partir de células iPS derivadas de sangre humana. Otros investigadores han logrado hazañas similares con esperma. Aunque estas células reproductoras aún no están lo bastante maduras para formar embriones, los avances son innegables.
Cambiar la estructura de la reproducción
Los beneficios potenciales de la IVG son enormes. Por un lado, podría resultar monumental para las personas que se enfrentan a la infertilidad. Andrea Braverman, investigadora de la Universidad Thomas Jefferson de Filadelfia, imagina un mundo en el que la IVG permita a personas de todas las edades y condiciones tener hijos con su propia huella genética, haciendo que el reloj biológico sea cosa del pasado.
Además, la IVG podría facilitar la descendencia genéticamente emparentada de parejas homosexuales y trans, difuminando aún más las líneas de la reproducción tradicional.
Sin embargo, Katherine Kraschel, de la Facultad de Derecho de Yale, plantea un problema. Si la GIV se convierte en una opción generalizada, podría estigmatizar inadvertidamente las opciones de las parejas LGBTQ+ que optan por la adopción o los óvulos y esperma de donante.
El campo de minas ético
Uno de los aspectos más intrigantes de la IVG es su capacidad para facilitar la «reproducción en solitario», que permitiría a individuos individuales producir descendencia genéticamente idéntica a sí mismos. Aunque intrigante, la Dra. Paula Amato, de la Universidad de Salud y Ciencias de Oregón, en Portland, advierte de las posibles complicaciones genéticas de esta descendencia.
Henry Greely, bioeticista de Stanford, señala las implicaciones más amplias. La facilidad de obtención del ADN para la IVG podría dar lugar a situaciones en las que los niños podrían tener padres genéticos de casi cualquier edad o incluso fallecidos hace mucho tiempo. También surgen problemas éticos en torno al posible uso indebido del ADN de famosos.
Además, con la sinergia potencial de la IVG con herramientas de edición genética como CRISPR, la línea que separa la erradicación de enfermedades genéticas de la creación de «bebés de diseño» se vuelve peligrosamente delgada.
El reto normativo
La FDA ya está vigilando la trayectoria de la IVG, aunque la normativa actual plantea dificultades. El Dr. Peter Marks, alto funcionario de la FDA, destaca la prohibición del Congreso de estudiar embriones humanos manipulados genéticamente, lo que limita la intervención de la FDA.
Si Estados Unidos mantiene su postura restrictiva, podrían surgir clínicas de gestación in vitro en países con normativas más laxas, lo que suscitaría preocupación por el turismo médico y la posible explotación, sobre todo de las madres de alquiler.
Michelle Goodwin, de la Universidad de California en Irvine, resume acertadamente la situación: «La puerta que se abre a este espacio es una en la que hay muchas cosas sin resolver».
En esencia, aunque la IVG promete avances sin precedentes en medicina reproductiva, conlleva un atolladero ético que la sociedad, los legisladores y la comunidad científica deben sortear con cuidado.